Platero es pequeño, peludo, suave; tan blando por fuera, que se diría todo de algodón, que no lleva
huesos. Sólo los espejos de azabache de sus ojos son duros cual dos escarabajos de cristal negro.
Come cuanto le doy. Le gustan las naranjas mandarinas, las uvas moscateles, todas de ámbar; los
higos morados, con su cristalina gotita de miel...
Es tierno y mimoso igual que un niño, que una niña...; pero fuerte y seco por dentro, como de piedra...
Cuando paso sobre él, los domingos, por las últimas callejas del pueblo, los hombres del campo,
vestidos de limpio y despaciosos, se quedan mirándolo.
1
Muevo negativamente la cabeza y el fulgor rojo de la lamparita de mesa imprime al cuarto de Amelia
un retroceso momentáneo a los años en que ella y Soledad empezaron a ser amigas y a hacerse
confidencias de las que a esa edad no se le hacen a una madre. Entré una tarde y me la encontré aquí,
en el mismo sitio donde está sentada ahora. Nunca la había visto. Una niña de nueve años con un
vestido de color celeste que me miraba cara a cara. Había oído sus risas desde el pasillo, cuando
llegué de la calle. Se callaron, pero todavía les bailaba la diversión en los ojos. Noté que Amelia
escondía unos papeles, pero fingí no haberme dado cuenta.
2
La luna se ha asomado entre las nubes, y baña de plata helada las ramas de los robles. Un espeso
silencio sostiene hoy la bóveda del cielo, la arcada de agua negra que se comba mansamente sobre el
valle.
Al final de los robledales, cerca de la collada, nace un camino. La senda del rebaño se arrastra monte
abajo entre cercados de piedra y claros de tomillo. Busca el bramido del río que baja de la izquierda,
con un vaivén lejano de espadañas.
Más allá, al otro lado del puente, los tejados de la Llánava cortan del cielo enormes trozos de pulpa
3
Sin embargo, como la mayor parte de las cosas de este mundo, mi propósito inicial era una ilusión.
Porque, por mucho que se esfuerce uno, la pluma no sabe tirar adelante como lo hace el arado: no
ahueca la tierra de la memoria en línea recta y con detalle, sino desordenada y torpemente, echando al
fondo lo que debe ser dicho, y sacando a la luz lo que se debía haber mantenido en secreto.
¿Aparecerá en estas memorias la materia de mi vida? No me lo parece. Miro lo escrito hasta aquí y
me sorprendo. No he contado lo que tenía intención de contar, y hay muchas opiniones que me
resultan ajenas.